Fotografía cedida por Rafa Arjones
Autoras: Ana Maria Molina y Mila de Torres
Diciembre se adentra con vientos que desabrigan los árboles y acentúan la nostalgia del calor y el ansia del hogar. Naranjas maduras, almendras amasadas, vinos generosos, marmitas hogareñas que desprenden aromas a Navidad…Los primeros compases del invierno mediterráneo: fuego de leños, melosas uvas secadas al sol del verano, turrones de alma dulce y sabor de antaño, mesas en las que renovar la amistad, el vínculo familiar y el aprecio por lo que es entrañablemente nuestro.Aromas familiares, sabores acendrados, brindis para celebrar y para mover la generosidad de los hados con la ilusión que renace cada año nuevo.
Días de brindis que invitan a la sencilla felicidad de disfrutar de lo que amamos: viejos amigos, anhelada familia, recuerdos que persisten porque nos negamos a renunciar a ellos… Es Navidad. Si de brindar se trata, abramos el más sabroso, aromático -e irrenunciablemente nuestro- de los vinos: un fondillón de Alicante, noble,añoso, cargado de historia…Brindemos, como proponía Rubén Darío,“por la vida que tienta con sus frescos racimos”. Y compartamos la esperanza.
“La vida es un vino amargo; dulce en jarra compartida”, cantaba en su brindis Horacio Guarany con voz de plata rota. La esencia del brindis es compartir: un saludo, un deseo, la nostalgia de un recuerdo, una oferta de amistad, un propósito de futuro… Pero es también comunicar el deseo y saber, recíprocamente,que alzamos la copa por la salud de alguien que bebe por la nuestra. Nada tan gentil y generoso como un brindis. Se merece un Fondillón.
Las celebraciones navideñas se hacen en torno a una mesa: comer y beber juntos, compartir alimentos preparados con primor y vinos sabiamente elaborados. La ocasión es reunirse para compartir la conversación, las experiencias, los afanes, las ilusiones…; abrigar esperanzas de futuro… y, desde tiempo inmemorial, brindar por ello. Mejor, si el vino está a la altura. Llenar la copa con un gran fondillón, además de paladear nuestra historia, nuestra geografía,es saber que esta vieja joya conforma nuestra identidad cultural.En esencia, apostar por lo medular y, en cierto modo, proyectar mediterraneidad al mundo.
No en vano, aunque la palabra que usamos hoy para el acto generoso y placentero de expresar buenos augurios levantando una copa de vino es de origen alemán (bringdir’s ‘yo te lo ofrezco’), la acción de ofrecer buenos deseos y amistad a los comensales antes de beber una copa de vino se remonta a los siglos clásicos y, por tanto, al ámbito del Mediterráneo.
Los griegos bebían en sus banquetes por la salud de sus amigos o la ventura de la patria. En El Banquete de Platón se realizaban symposion, es decir, brindis y coloquios,con los viejos y vigorosos vinos de Homero que, rebajados con agua, llenaban las cráteras y los kylix -origen de la palabra cáliz- para elevarlos al cielo en ceremoniosa súplica a los dioses por la amistad, el amor, la victoria o la salud. Entre los romanos se prodiga esa grata ceremonia de compartir deseos y ofrecerlosen palabras con una copa de vino,pero se consideraba herencia helena; de hecho, se decía “brindar a la usanza griega”.
La senda del viejo y clásico Mediterráneo nos acerca de nuevo a nuestro vino más unido al terrazgo, más ancestral -cepas heredadas, en forma de cáliz, de apretados racimos sobremaduros de azul monastrell-, más delicadamente rotundo, más ajeno al paso del tiempo, pero más arraigado en él, y de trayectoria más brillante. Por ello, cuando nos sentemos estas dulces fiestas a compartir la mesa, la conversación y los hermosos deseos de salud, bonanza y ventura, que la copa con que se lo pidamos al cielo la llene un viejo y sublime fondillón.
Brindemos con él por todo lo bueno y amable que ofrece la vida.