MONASTRELL: REGALO DE DIOSES

Autoras: Mila de Torres y Ana Molina

Relato adaptado del presentado al Primer Concurso de Relatos Monastrell

Los dioses y los reyes le habían asegurado que esta vezel «Trabajo» no sería un castigo. Pero tendría que volver al otro extremo del mar para culminar lo empezado. Y aunque se temía otra mentira de Hera, se embarcó hacia la península de Occidente donde crecían los frutos del edén: Iberia, como la llamaban los griegos.

Hércules contemplaba admirado el Jardín de la diosa en las Hespérides: Manzanas de oro, higos lujuriosos, uvas de azul tan oscuro como noches de verano… Las hermosas ninfas que cultivaban el huerto persuadieron al héroe, a cambio de un saco de semillas de aquel paraíso, de que abandonara el asalto y se fuera en paz. El astuto Hércules agradeció el regalo, pero sabía que los dioses no le permitirían volver con las manos vacías, así que encargó a Atlas el trabajo siniestro, robarlas manzanas. Él llevaría las manzanas al rey, sembraría en Grecia las divinas pepitas de aquellas uvas de asombroso azul… ―eran suyas―y pagaría su deuda con Helios.

Con el gigantesco fardo de simiente, emprendió el camino de vuelta. Una tormenta desvió su ruta y le empujó más allá de Tartessos, hacia levante. Con el costal de semillas arrastrando por el suelo, recorrió las tierras que luego serían de los púnicos y las de los contestanos diseminando las doradas pepitas de uva de las Hespérides. Cerca de la AkraLeuke, un sol radiante reclamó su deuda con Helios por prestarle su copa para pasar el mar: una ofrenda al único (monoμονο) astro diurno (ἀστρο) esparciendo al viento ese fruto con su nombre―monaster―por la fértil huerta que rodeaba el promontorio.

Así se cubrió de viñas esta tierra gracias a una tormenta que enviaron los dioses. Las sembró Hércules con semillas divinas, casi sin saberlo, y las encomendó al astro solar. Tierra, fuego, aire y lluvia. Los cuatro elementos clásicos dieron vida y nombre a la uva monastrell.

 

Muchos siglos después, una tarde de canícula, en su heredad de Fabraquer, el conde de Lumiares estudiaba una moneda dorada recién descubierta en un yacimiento: Hércules poderoso sostenía en la mano una manzana; con la otra, elevaba un racimo de uvas al sol. Una leyenda desgastada rezaba: monaster.

―Hércules… ―pensó Lumiares medio sonriendo―.¿Por qué no?

 

 

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